lunes, 25 de junio de 2012

La izquierda que queremos y la que tenemos: mi voto por AMLO.

A unos cuantos días de la elección presidencial, confirmo que voy a votar por López Obrador (y por los candidatos para diputado y senador). La certeza de mi voto por el candidato del Movimiento Progresista tuvo sus altibajos durante el transcurso de la campaña. Pasó de todo: desde la esperanza por ver a López Obrador de nuevo en una campaña golpeando intereses creados, pasando por la desilusión por algunas de sus propuestas, hasta la posibilidad de tener que ejercer un voto útil cuando aún estaba en tercer lugar de las encuestas. 

Todos los votantes, de una manera más sofisticada unos que otros, parten de una concepción de lo que esperan de la vida pública, su ideología pues. Todos los votantes saben qué es lo que idealmente quisieran que sucediera con las políticas que afectan lo que les interesa. Algunos meten muchas variables a su elección mientras que a otros les basta la solución a problemas tan individuales como legítimos (por ejemplo, que haya empleo para él o ella en su localidad). En mi caso, si bien no considero que mi elección sea altamente sofisticada, sí incluyo tres aspectos esenciales en mi razonamiento: la redistribución del ingreso, el respeto de los derechos y libertades de los individuos y la apertura de la democracia. 

En 2006, López Obrador puso nuevamente en la agenda electoral la discusión sobre la distribución del ingreso. Su posición en 2012 es quizás más moderada como parte de un cálculo político, pero el discurso de hoy - contra la corrupción y contra quienes no pagan impuestos - tiene de fondo una crítica a los privilegios. Una sociedad justa no sólo se refleja en la distribución actual de la riqueza sino en qué posibilidades tienen los individuos para obtenerla. Esta crítica no está presente en el panismo. Votar por el PAN es votar por la legitimación de la historia de que el pobre es pobre porque es flojo. Las políticas panistas no han abordado el tema de forma distinta y han privilegiado las políticas remediales en vez de atacar los orígenes. El proyecto del PAN está muy lejos de lo que yo espero en este tema. Por otro lado, la propuesta del PRI es el discurso de lo que no ha funcionado: que tenemos que crecer y luego distribuir. En este tema, tengo una coincidencia con Peña Nieto, su propuesta de seguridad social universal, pero no la considero factible. Cuando se critica la viabilidad de las propuestas de los candidatos, yo cuestiono cómo haría Peña Nieto para financiar un régimen así. La respuesta que da en su libro se basa en la eliminación de los gastos fiscales. Para que salgan las cuentas, esto es IVA en alimentos y medicinas. No veo a Peña Nieto negociando la aprobación de un impuesto generalizado para financiar la seguridad social universal, además de todas sus implicaciones en el bienestar de las familias en el corto plazo. Me inclino por una visión distinta, una que ponga en el centro a la redistribución –a través de una política fiscal más justa y una política social más agresiva - que si bien bastaría desde un punto de vista moral, tiene implicaciones funcionales muy importantes. Una sociedad más igualitaria y con mejores perspectivas para los menos favorecidos es benéfica para todos y está mucha más cerca de lo que espero de un proyecto político de izquierda.


Tomada de Internet.

El otro tema, el de los derechos y libertades, es fundamental en mi concepción de sociedad democrática. Es igual un tema muy amplio y polémico, pero yo esperaría una izquierda que respaldara los derechos de las personas a decidir sobre sus cuerpos y sus vidas: una izquierda que se pronunciara por el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos y a interrumpir un embarazo en las primeras semanas de gestación si este es su deseo; que respaldara los derechos de las personas para formar familias con quienes ellos elijan, independientemente de su sexo; que se pronunciara por el respeto a los individuos a decidir cuándo una enfermedad incurable es tan insoportable y dolorosa que prefiere, conscientemente, ser asistido médicamente para morir. Si bien estas consideraciones no están en manos de lo que diga el presidente, los tres candidatos han sido tibios para pronunciarse al respecto. Lo entiendo como cálculo electoral en el contexto de una sociedad conservadora como la mexicana, aunque no lo comparto. Pero también reconozco que hay luz y sombra en los partidos. El PRI ha votado iniciativas en los congresos estatales para criminalizar a las mujeres que deciden interrumpir su embarazo. El PAN está ligado a las organizaciones más conservadoras en estos temas y votado en contra de leyes relativas a los derechos sexuales en la ciudad de México. En cambio, con sus matices, la izquierda ofrece una alternativa a quienes creen que estos temas son indispensables si se piensa en una sociedad con derechos iguales para todos. Cierto, lo conseguido en el DF se explica en buena parte por la lucha de la sociedad civil organizada. Lo que reconozco es que la izquierda no ha censurado sistemáticamente estas acciones. Ya en 2018, en cambio, estos temas no podrán quedarse más al margen, dado el ritmo con el que esta agenda avanza en el contexto internacional. 

Mi voto por López Obrador es también un sí a la posibilidad de una democracia más abierta. Quisiera una izquierda abierta a modificar los incentivos que hacen que nuestra democracia no funcione: relección, revocación de mandato y candidaturas ciudadanas. La izquierda ya ha respaldado la iniciativa de reforma política llevada al Congreso, mientras el PRI la ha bloqueado sistemáticamente. Quisiera un candidato de izquierda que respaldara mecanismos para garantizar libertad de expresión y asociación: para que la información fluya más ágilmente y de manera menos centralizada, un respaldo a la competencia en medios y la certidumbre de que el disentir no se convierta en delito. En este tema, López Obrador se ha pronunciado por una apertura a la competencia en el mercado de las telecomunicaciones, mientras que el PRI llevará como diputados y senadores a ex empleados de televisoras y compañías de medios, creando un claro conflicto de intereses. Además, el PRI no ha mostrado ser más democrático y tolerante en los estados que gobierna: encarcela tuiteros y fomenta grupos de choque contra quienes se oponen a sus prácticas, al tiempo que acusa de violentos a quienes protestan en su contra. El PRI añora el poder total y por eso favorece la cláusula de gobernabilidad y apela a una sobrerrepresentación de las minorías para reducir el número de diputados. López Obrador, en cambio, ha forjado su carrera política a los tumbos: sus errores son primera plana desde hace 12 años; ha vivido bajo el escrutinio de sus detractores con o sin cargo; ha resistido los enfrentamientos con el poder, desde aquél conflicto en los pozos de Tabasco, hasta el desafuero, pasando por el descrédito de su presidencia 'legítima'. López Obrador y la izquierda han sido siempre minoría y han sido siempre criticados, saben cómo vivir con ello. 

En resumen, mi voto por López Obrador se explica porque él encabeza un proyecto con el que tengo coincidencias, aunque no se acopla completamente a lo que espero como oferta de políticas públicas. Tengo diferencias importantes, pero como en democracia se avanza paso a paso, considero que es un cambio en el sentido correcto. Votaré por la izquierda también como un voto de castigo al PAN porque aún no conozco una familia que se enorgullezca - como lo hace el Gobierno Federal - de haber aportado un muerto a la estrategia fallida contra el crimen. No quisiera que mi familia fuera una más. Es un voto contra el PRI porque no creo en el nuevo PRI. Creo que el regreso del PRI es el regreso del PRI de siempre, autoritario y corrupto, porque el sistema de incentivos no se ha modificado. Es el mismo sistema al que el PAN no quiso darle fin porque 'quién mata a la gallina de los huevos de oro'. Un sistema propicio para la corrupción, el tráfico de influencias y el uso del presupuesto para comprar votos. 

Voy a pasar los próximos cinco años fuera del país, continuando mi formación académica. Pensando en qué tipo de país me gustaría que se quedara mi familia y mis amigos, prefiero uno en el que se rompan los equilibrios perversos que hoy persisten en la política y la economía, con la oportunidad que le da el cambio a quien asume el poder de modificar los incentivos o conservarlos. Dados sus antecedentes y la trayectoria de su equipo propuesto para gobernar, López Obrador representa a la izquierda que tenemos y una vía para acercarnos a la izquierda que queremos.

jueves, 7 de junio de 2012

Chapingo y el #yosoy132

En mi línea temporal de Facebook sobre todo pero también de Twitter tengo a muchos colegas, compañeros ex compañeros y profesores, de Chapingo. Al respecto del movimiento #yosoy132, como en muchos otros foros, existe un debate (en realidad de unas cuantas personas) entre la validez o no del movimiento. El debate no me preocupa, es más, es bienvenido. En cambio, me interesa la poca atención mostrada por la mayoría de la comunidad universitaria respecto a las demandas del movimiento.

Pareciera que nos es ajeno lo que sucede en la vida pública del país, en tanto no se afecte nuestra comodidad del corto plazo. La presencia de liderazgos académicos y políticos dentro de la comunidad universitaria es determinante para asumir entonces una actitud crítica ante las circunstancias, propiciando la deliberación de ideas y la toma de posiciones políticas. Mi percepción es que nuestra comunidad universitaria se encuentra atada a lazos ideológicos que le impiden pronunciarse a favor de temas concretos. Creo que hemos quedado atrapados en medio de las dos corrientes políticas principales que conviven en la universidad.


(Tomada de chilango.com.)

Por un lado, cierto sector se aferra a la visión más retrógrada del 'lopezobradorismo', en la que la exigencia de justicia social se confunde con un encono paralizante. Esta visión se aferra al rencor histórico, posiblemente explicado por el contexto social de gran parte de los estudiantes de Chapingo. Esto impide, por tanto, que los universitarios comulguen con ideas y propuestas de universitarios de otras instituciones porque representan, dicen algunos, los intereses de otra clase. Al final, creo que esta idea está equivocada. Si bien el movimiento #yosoy132 surge como una reacción de estudiantes de la Universidad Iberoamericana, no es posible encasillar al movimiento en la categoría de faccioso. En todo caso, ese Marx que tanto nos gusta leer alguna vez mostró que la posición específica de cada uno es poco relevante. Él, que no era un proletario, argumentó que asumía la causa proletaria pues veía las cosas con los lentes de hacia dónde iba al movimiento y no de dónde estaba. Es decir, para analizar y respaldar las luchas de un movimiento, lo más importante es visualizar hacia dónde se pretende llegar. Además, los temas de la agenda de #yosoy132 no son ajenos a nadie. Chapingo tiene no sólo la oportunidad sino la responsabilidad de ser un actor importante en las decisiones que atañen a los estudiantes en México.

Por otro lado, una parte de la comunidad se ha unido a los cuestionamientos reaccionarios con respecto a #yosoy132 y que buscan desacreditar su validez por la coyuntura política en la que se gesta y por su supuesta partidización. Al igual que un importante sector de la 'comentocracia', existe dentro de la universidad un grupo que concibe la organización estudiantil sólo a la vieja usanza. Es como si esperaran que los miembros de #yosoy132 se hubieran erigido en una estructura formal y vertical, con dirigentes y representantes, con burocracia y discursos interminables. Quieren imponerle al movimiento una agenda apartidista, como si todos ellos, los críticos, no lo fueran. Desdeñan la capacidad de los jóvenes para movilizarse y organizarse, descalificando su voluntad, cuando estos críticos son partícipes de las más viejas prácticas de acarreo y compra de voluntades. Algunos descalifican al movimiento por su supuesta filiación partidista y por su protesta, explícita o implícita, a un proyecto político, como si ser político o partidista fuese un pecado. Muchos que cuestionaron la apatía juvenil para con la vida pública, se rasgan las vestiduras porque un movimiento se asuma en favor o en contra de un candidato o una política pública.

En ambos casos, la inacción es un error, porque se deja de lado lo fundamental de la protesta estudiantil. Para unos, valdría preguntarse si de verdad es un asunto de clase exigir más y mejor información. Se pierde por tanto la gran importancia de cuestionar el poder que ejercen los medios en las decisiones públicas, materializado esto hoy en un proyecto político. Se deja de cuestionar la esencia detrás de la protesta contra medios de comunicación que representan el origen de una clara asimetría informativa, a la cual se puede responsabilizar de que las decisiones públicas se tomen en la cúpula de partidos y organizaciones.

Quienes, por otro lado, desacreditan el movimiento por defender a un candidato y proyecto político, asumen la posición contraria y parecen implicar que no hay de qué preocuparse, los mercados funcionan bien y las telecomunicaciones son un asunto de los menos. Para ellos no importa que un mercado clave, el mercado de la información, esté dominado por dos grupos de empresas, y que quienes deciden al respecto de las reglas en dicho mercado respondan al mismo tiempo a sus patrones y a un partido político, en un claro conflicto de interés.

La generación del #yosoy132 puede anotarse un triunfo en la medida en que sean ellos y no quienes los desacreditan los que coloquen su agenda. Los triunfos del movimiento se medirán en función de su influencia en los temas en que se pronuncia y ejerce acciones concretas. Su triunfo no depende de la bendición de la 'comentocracia', ni de los espacios en noticieros estelares, ni mucho menos de la aprobación de sus detractores, quienes esperarían a #yosoy132 llenando estadios, uniformados, gritando lugares comunes, para entonces no ser llamados desorganizados ni manipulados. No somos ajenos a lo que pasa en el país y la voz de Chapingo, por su autoridad histórica y moral, no debe permanecer callada ante lo que ocurre en la vida pública. En medio del momento político que vivimos, asumir una posición respecto a cada tema es parte de la responsabilidad ciudadana, no sólo en el discurso, sino en la acción. Hoy es mejor pronunciarse y actuar que no hacer nada. Es mejor asumir el costo de nuestras decisiones que aceptar pasivamente lo que otros deciden. Los estudiantes están levantando la voz, ¿por qué tenemos que seguir callados?
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