Lo recibió aún latiendo como queriendo y no exhalar. Palpitaba orgulloso, dispuesto y resignado por lo que iba a enfrentar. Ella lo colocó en una balanza para decidir sobre el castigo que infringir. Veinte onzas de plomo, en contra peso, le ayudaban a elegir. Bebió tres sorbos de tequila, dio dos jalones al Marlboro, aspiró una línea de la buena. Y es que después de muerta, esta justa justiciera ni un veneno la envenena.
Es este miserable el siguiente que espera su juicio y su respectiva condena. Era el corazón que se aferraba a no irse, a mantenerse en la pelea. Ella tenía dos asistentes, uno pesaba los corazones, el otro sostenía la cigarrera. - ¿Pero de qué estás tú tan lleno que ni con veinte onzas la báscula se balancea? - ¿Cuál es su gran pecado? Que arda en el anafre hasta que cuente su secreto. ¿Qué es lo que mantiene tan vivo a este corazón dado por muerto? -
Después de varias horas ardiendo en el carbón no quedó rastro alguno de aquel pobre corazón. Pero sí quedó una notita: Pobre de ti que no estás pendiente en tu trabajo y tremenda borrachera te has puesto en tu puesto; se leía en el cachito de cartón. Mi secreto es diluir muy rápido lo que la mente entiende como un "jamás". No es posible que lo entiendas dado el puesto en el que estás. Puse un sueño en lugar de ambiciones. Y unas manos no - suaves en lugar de convicciones.
Ella apenas se inmutó y casi no se distinguió lo que pronunció. - ¿Y cuándo diré que está oficialmente muerto? Porque un "jamás" se diluye con el tiempo y el corazón muerto se ha levantado por sus propios arrestos. -
No hay comentarios:
Publicar un comentario